domingo, septiembre 07, 2014

“El imperio del sol” (1984) de J. G. Ballard. Bibliocrónicas ()


La película de Steven Spielberg: El imperio del sol (1987) es una de mis favoritas, no solo por ser perfecta (guión, actuaciones, fotografía, etc.) sino porque siempre me sentí identificado con su personaje central (Jim) en lo que respecta a su pasión por los aviones de caza. Siempre quise leer el libro homónimo y en parte autobiográfico de J. G. Ballard en el cual se basó, pero pasaron los años y fue en estas vacaciones que pude cumplir ese deseo. La leí en la edición en español de Random House Mondadori, Barcelona: 2008.

Al leerlo fue inevitable hacer comparaciones y pensar en los personajes y situaciones tal cual las muestra la película. Son muchas las diferencias pero sin duda el guionista hizo un maravilloso trabajo, tanto que los cambios y adaptaciones que realiza en la historia original para mí quedaron muy bien. En ninguna parte de la novela se habla de la famosa canción de cuna china que Jim canta al principio y en uno de los momentos fundamentales de la película, fue una invención (creo) del guionista o del director que quedó perfecta. 



La novela es excesivamente larga, hubo momentos en que se me hizo pesada. La historia de la obra es sumamente realista y por tanto cruel, lo que la película no muestra en su totalidad y drama. Un buen ejemplo es la terrible situación al finalizar la guerra, donde la vida en general se convierte en un apocalipsis de gran salvajismo, los civiles padecen por los bandidos y saqueadores, y los prisioneros llegan a pensar que estaban mejor cuando eran vigilados por los japoneses. El protagonista-autor describe como se desata la guerra civil en China entre comunistas y nacionalistas apenas Estados Unidos vence al Japón.  

Me fascinaron los detalles sobre la naturaleza humana y las culturas. En especial el aprendizaje de Jim en la situación que había vivido desde 1941: “La verdad evidente sobre la guerra es que la gente era demasiado capaz de adaptarse a ella” (p. 216). Jim descubre el individualismo y buen humor estadounidense, a diferencia de la cultura británica a la cual estaba acostumbrado por ser su origen pero también por vivir en el “bloque” del campo de prisioneros donde predominaban sus compatriotas: “Los ingleses vivían en dormitorios comunes, pero cada marino estadounidense se había construido un pequeño cubículo con los materiales a que había podido echar mano (p. 223). Es por ello que él pensaba que “los estadounidenses eran la mejor compañía en el campo; menos extraños y desafiantes que los japoneses, pero muy superiores  a los malhumorados y complicados británicos” (p. 224).

“La abundancia de objetos eran reconfortante, aunque fueran inútiles, como la abundancia de palabras (…). El vocabulario de latín y los términos algebraicos también eran inútiles, pero ayudaban a construir un mundo” (p. 230). Sin duda Jim-Ballard construyó su mundo en la China de la Segunda Guerra, y aunque más nunca volvió a ella se cumple aquel principio que dice: nuestra verdadera patria es nuestra infancia (R. M Rilke, 1929, Cartas a un joven poeta).

Profeballa



Razón y sentido de las bibliocrónicas son fundamentalmente la redacción de mis experiencias bibliófilas, pero para una explicación más amplia de dicha crónica leer acá.

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