sábado, noviembre 02, 2013

Sobre los diarios de Francisco de Miranda



Autor: Carlos Balladares Castillo
Publicado en blog de la Hispanic American Historical Review

El precursor de los diarios “íntimos” de Venezuela

Me imagino que ya se han dado centenares de opiniones y análisis sobre los diarios de Francisco de Miranda, pero a pesar de ello me atreveré a dar una más. Nunca antes me había dado a la tarea de leer una selección de sus diarios, solo había leído algunos trozos aislados y escuchado a mi amigo Miguel Edgardo relatarme muchas anécdotas de las aventuras de Miranda. En los últimos días tuve el gran placer de entablar amistad con el “Precursor” al leer la selección que hizo el escritor Juan Carlos Chirinos para la editorial Monte Ávila: “Diarios una selección. 1771-1800” (edición del 2006). La escritura de diarios no es un género en el que los venezolanos hemos destacado, pero sin duda que el caso de Miranda es una excepción. 

Los diarios se inician con su primer viaje de La Guaira a Cádiz en 1771, y desde un principio se expresa su mentalidad ilustrada (la cual fue adquirida gracias a sus estudios en la universidad de Caracas, y su gran capacidad lectora desde muy temprana edad) capaz de describir todo el mundo en sus diversos aspectos. ¿Qué lo hizo llevar un diario desde los 21 años y a penas sale de “Venezuela”? Es posible que fuera su pasión por la cultura clásica donde abundan los ejemplos de la “literatura de viajes”, por lo que nunca buscó que los mismos fueran un “diario íntimo”. Aunque mayor peso debió tener lo que 12 años después le escribe a su superior militar, amigo y principal defensor: Juan Manuel Cajigal y Montserrat: donde le explica que se aprende tanto por los textos escritos como “examinando (…) el gran libro del universo” (segunda carta del 16 de abril de 1783). Escribió su diario como una especie de cuaderno de clases, pero luego cuando tenga clara su meta de emancipar a hispanoamérica lo hará para dejárselo a todo aquel que desee construir repúblicas. Es por ello que en sus viajes buscará conocer todo (“leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes, etc...”), de modo que pueda aprender para enseñar a otros: cómo lograr edificar una sociedad ilustrada, una sociedad “sabia y virtuosa”.

Me ha fascinado su amor por los libros y la escritura, el cual se expresa cada vez que visita a una biblioteca, y su constante relación con libreros que le consiguen grandes tesoros. En cada país que visita compra libros para conocer la historia de los mismos, y siempre está leyendo algún texto de filosofía. Es así como llega a decir: “Me he quedado en casa leyendo con gusto y provecho. Oh libros de mi vida, ¡qué recurso inagotable para alivio de la vida humana!” (Marsella, 18 de febrero de 1789). No deja de redactar cartas y su dedicación a su diario es tal que llega a rechazar pasarla con una de sus amantes por completar una parte del mismo. Su biblioteca llegará hasta los 6 mil volúmenes. 

En lo que respecta a la intimidad sexual no tiene en problemas en contarlo todo, pero no observamos que hable de preocupaciones o sueños personales. A veces se refiere a algún disgusto o a sus periódicos dolores de cabeza, se puede decir que es chismoso al describir las relaciones entre todos los que conoce pero nunca nos ofrece algo que delate su personalidad más íntima: fracasos o triunfos. Son contadísimas las veces que se refiere a su patria (Caracas y/o América), aunque no dejen de preguntarle por ella. Todo es un permanente análisis y descripción de las sociedades que visita: desde los detalles de la limpieza de las calles, pasando por la producción económica y los aspectos militares, hasta las costumbres de las personas (incluyendo la belleza de las mujeres). Algunos comentarios demuestran lo que hoy llamaríamos en lenguaje venezolano: “sifrinerías” y un rechazo por el “populacho”, incluyendo su aprecio por el maltrato como medio para lograr el aprendizaje de las mayorías porque “dicho remedio no falla jamás” (Rusia, 1º de diciembre de 1786). Las espaldas de sus sirvientes podrían dar perfecto testimonio de ello. 

Al finalizar su lectura hemos quedado con el deseo de seguir leyéndolo, de conocer especialmente ese momento que le cambió la vida: el encuentro con la naciente República de América del Norte. Hoy sus archivos (Patrimonio Cultural de la Humanidad) no solo están editados sino digitalizados y a la disposición de todos (www.franciscodemiranda.org) gracias a la labor de la Academia Nacional de la Historia y al Archivo General de la Nación de Venezuela. Una última impresión: a medida que lo leíamos no dejábamos de “sentir” tristeza por esa injusticia que Bolívar (junto a otros) cometió contra su persona. Sin juicio justo, sin poder defenderse y sin la autoridad de ninguna institución. En verdad fue una perfidia, una canallada.

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