sábado, noviembre 14, 2009

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) nos describe el personalismo chavista

Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en
El Universal.
¿Líder sempiterno?
¿Qué hacer, ante la posibilidad de un barranco?
Proclamar la incompetencia de la sociedad
A veces dice que sólo es una brizna de paja movida por el viento, una pieza de un engranaje que puede ser reemplazada cuando las circunstancias aconsejen, pero usualmente se presenta como cabeza irreemplazable de un proceso que lo necesita para la sobrevivencia. Hace poco ha remachado el discurso, la operación de presentarse como garantía ineludible, no sólo de la permanencia de la "revolución" sino también del mantenimiento de la paz en Venezuela. Ciertamente no viene con sorpresas, pues ya lleva diez años tratando de establecer una sinonimia entre su actividad en la cúpula y las necesidades de la sociedad. "Chávez es el pueblo", ha repetido hasta la fatiga la publicidad del Gobierno en las cuñas y en las vallas, para tratar de establecer la idea de una dependencia entre la felicidad de los hombres sencillos, especialmente de los humildes y los oprimidos, y la persistencia de la equidad y la templanza encarnada en su mandatario. No estamos ante una operación inesperada, pues, pero las elecciones del año entrante lo han obligado a reforzar el presupuesto.
En tres de sus últimos programas, ha llamado la atención sobre el peligro que el pueblo corre de que los escaños de la Asamblea Nacional sean dominados por la oposición. Una oposición que, según afirma, viene con el propósito de derogar las leyes que la "revolución" ha dictado para felicidad de la república. El propósito desatará una ola de conflictos, sangrientos algunos de acuerdo con lo que afirma, que requieren de un freno para que la situación no degenere en guerra civil. ¿Quién hace el papel de freno? Él mismo, desde luego. Sólo su augusta presencia garantizará una atmósfera de tranquilidad. Sólo su influencia benéfica podrá avalar la continuidad del clima de sosiego que la ciudadanía merece. En octubre y noviembre se ha empeñado en reforzar la sensación de que es el único individuo capaz de imponerse ante las vicisitudes del futuro inmediato, y de detener unos planes macabros cuyo objetivo final es echarlo del poder para, ya sin la presencia del gendarme ineludible, desmantelar los logros de la última década y convocar a los demonios de la destrucción.
De que la oposición quiera echarlo del poder no debería caber duda, pese a los tumbos que da para lograr el cometido, pese a los tragos que apura para presentarse como un monolito, sin que nadie pueda observar en el intento la cercanía del Apocalipsis. Es perfectamente comprensible, pero también legítimo, que los adversarios del régimen traten de sustituirlo de acuerdo con las reglas del juego democrático; o que, conocido el calendario de los eventos políticos, busquen la manera de llenar con su gente los escaños de un Parlamento que apenas existe como autoridad autónoma. El hecho de que el mandón vuelva con el trajinado discurso sobre su trascendencia como César regulador, como caudillo imprescindible, nos indica que empieza a preocuparse más de la cuenta ante la proximidad de los aprietos. Es evidente el descenso de su popularidad debido al fracaso estrepitoso de su gestión en la presidencia, debido a un creciente malestar que puede buscar alivio en los caminos que la legalidad ofrece para librarse de un asfixiante peso. También es evidente que se ha empeñado en evitar, entre sus compañeros de viaje, el crecimiento de una influencia que le rivalice en el manejo del timón, o que le sirva para repartir culpas mientras crecen los reproches contra un administrador extraordinariamente mediocre e incompetente. ¿Qué hacer, ante la posibilidad de un barranco? Proclamar la incompetencia de la sociedad para encontrar soluciones. No sólo descalificar a la oposición y aún a figuras de la "revolución", sino también a todo un pueblo a quien coloca en la obligación de aferrarse a la manida tabla del personalismo.
De un personalismo tan desesperado ante la proximidad de su agotamiento, que ignora las contradicciones en las que se revuelve mientras percibe la decadencia de su estrella. En efecto, viene hablando en los últimos días de un designio para sacarlo del poder a sangre y fuego. Viene repitiendo que un solo individuo portentoso garantizará la paz frente a los buscadores de la devastación, que únicamente hay un donador de sosiego en la comarca "bolivariana" cuyos habitantes ya saben lo que es vivir en el paraíso bajo el amparo de un arcángel benefactor. Sin embargo, nadie sabe de la existencia de ese paraíso, ni oye de los labios del metafísico centinela palabras capaces de fundar la concordia. Al contrario, el serafín anuncia su guerra personal contra Colombia, su contienda particular contra Uribe, su cruzada de solidaridad con la narcoguerrrilla, aunque siente que se trata de una proclama compartida con entusiasmo debido a que se solaza en imaginar que "Chávez es el pueblo". Tal vez presienta, en la exasperación del declive, que el pueblo cada vez se fía menos de los mandones disfrazados de espíritus celestes. eliaspinoitu@hotmail.com

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